
Le gustaba cuando llegaba a casa temprano y comenzaba a hablarle desde la cocina, sin saber si estaba despierta o no. A veces llevaba cigarrillos y entraba al cuarto haciendo cualquier comentario sobre el día, le tocaba la espalda y le encendía el cigarrillo sin que ella hubiese aceptado fumar. A veces le sorprendía esa manera que tenia él, de continuar las cosas aunque el camino fueran cuchillos y precipicios tóxicos. A veces le daba miedo pensar en que todavía él la quisiera. A pesar de que seguían viviendo juntos y a veces hasta se quedaban horas enteras uno sobre el otro, ambos sabían que todo había terminado, que desde un año para acá las cosas iban de mal en peor.
Son las diez y es raro que todavía no llegue, ella se levanta con los ojos en una ciudad invisible. En la mesa del comedor olvidó tres cigarrillos. Ella se queda allí, fumando uno tras otro mientras se acostumbra a la idea de que no vuelva, de que tal vez se quedó suspendido en una de tantas trampas que colgaban de las grietas.